Bastó un año de presidencia de Donald Trump en Estados Unidos para alcanzar un grado de recelo y apatía en la relación de Washington con América Latina que, según expertos, era inédito en tiempos modernos.
La cuestión no son tan solo los reportes de que Trump se refirió a naciones de Centroamérica y el Caribe como "países de mierda", o sus decisiones de quitar el amparo contra la deportación a cientos de miles de inmigrantes latinos en EE.UU.
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Tampoco se trata apenas de la política comercial de Trump, que renunció al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) con países latinoamericanos y asiáticos, y puso en jaque al tratado NAFTA de libre comercio entre EE.UU, México y Canadá.
Ni siquiera es exclusivamente la insistencia de Trump en construir un muro a lo largo de la frontera con México, país al que calificó días atrás como el "más peligroso del mundo" aunque los propios datos oficiales de Washington señalen que eso es falso.
Lo que ha abierto un panorama desconocido en las relaciones hemisféricas es la combinación simultánea de esos y otros factores, como que Trump siga sin designar al equipo del Departamento de Estado para los asuntos de Latinoamérica.
"Se ha comentado en otras administraciones que a Washington no le importa América Latina, y eso es cierto, pero ahora es dramáticamente peor", sostiene Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano, un centro de análisis regional basado en Washington.
"El desinterés por la región como región no tiene precedentes", añade Shifter en declaraciones a BBC Mundo.
Y las consecuencias de eso ya se vislumbran, incluido un desplome de la imagen de EE.UU. en América Latina y una creciente influencia de China en la región.
"No tiene un proyecto"
Quizá el principal gesto de acercamiento de Trump hacia Latinoamérica en su primer año de gobierno fue una cena que ofreció a los presidentes de Brasil, Colombia y Panamá, y a la vicepresidenta de Argentina, en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre en Nueva York.
Pero tampoco esa reunión transcurrió en carriles normales.
Trump expresó allí su asombro por el rechazo de la región a la "opción militar" en Venezuela que él mismo había mencionado antes públicamente, preguntó a los líderes presentes si estaban seguros al respecto, y los sorprendió por su desinformación en temas regionales, de acuerdo al sitio de información Politico.
Desde la Casa Blanca, Trump ha incrementado las sanciones económicas contra altos funcionarios de Venezuela e impuso por primera vez sanciones financieras al gobierno de Nicolás Maduro, al que califica de "dictadura".
Pero Trump ha evitado hasta ahora lo que sería un golpe mucho más severo para Maduro: aplicar un embargo petrolero a Venezuela, como han sugerido el presidente argentino, Mauricio Macri, y el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro.
Defensores de los derechos humanos como José Miguel Vivanco, de la ONG Human Rights Watch, han criticado que Trump guarde silencio ante los abusos de otros gobiernos o ante las irregularidades denunciadas en la reelección del presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, un aliado de Washington.
Por otro lado, Trump revirtió el deshielo entre EE.UU. y Cuba iniciado por su antecesor Barack Obama tras medio siglo de hostilidades, en reacción a lo que Washington calificó como "ataques" de origen desconocido a varios de sus diplomáticos en la isla, que sufrieron mareos, pérdida auditiva y otros trastornos.
Pero los analistas observan todo esto como respuestas puntuales de la Casa Blanca a ciertos problemas, sin una política clara y previsible detrás, guiadas por la idea de Trump de poner siempre a "Estados Unidos primero" en sus decisiones.
"El gobierno estadounidense no es visto como un socio confiable" en Latinoamérica, dice Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacionales en la Fundación Getúlio Vargas, una universidad de élite en São Paulo, Brasil.
"Estados Unidos no tiene un proyecto en América Latina", señala Stuenkel a BBC Mundo. "Un diplomático brasileño me dijo que no saben con quién hablar".
Bombas de tiempo
América es la región del mundo donde más cayó la imagen de liderazgo de EE.UU., indicó una encuesta de Gallup la semana pasada: el promedio de aprobación continental pasó de 49% en el último año de gobierno de Obama a 24% ahora.
El funcionario de más alto rango de EE.UU. que visitó Latinoamérica fue el vicepresidente Mike Pence, pero Trump sigue sin hacerlo y podría dar otra señal inédita de indiferencia a la región si faltara a la Cumbre de las Américas citada para abril en Perú.
Su secretario de Estado, Rex Tillerson, brilló por su ausencia durante la Asamblea General de la OEA en junio en Cancún, México, cuyo tema principal era la crisis en Venezuela.
En cambio, China ha mostrado un creciente interés por Latinoamérica, con tres visitas que el presidente Xi Jinping hizo a la región desde 2013 y reuniones como la que se realiza este lunes en Chile entre cancilleres latinoamericanos y su par de Pekín.
China ya es el primer o segundo socio comercial de varias naciones latinoamericanas, su peso relativo en las importaciones de la región creció desde el año 2000 mientras se redujo el de EE.UU., y sus préstamos e inversiones son vitales para países como Venezuela.
Algunos analistas creen que esta tendencia se aceleró con el gobierno de Trump.
Luis Rubio, presidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi), señala que el repliegue de EE.UU. también generó incentivos para explorar un acercamiento comercial entre Brasil y México que antes hubiera sido "inconcebible".
"Todo el mundo está viendo que con Washington es más complicado, entonces está habiendo otro tipo de vínculos", dice Rubio a BBC Mundo.
Entonces, ¿podrá seguir enfriándose la relación de EE.UU. con Latinoamérica en los tres años que restan del gobierno de Trump?
Probablemente sí, opinan los expertos, sobre todo si fallan los intentos de desactivar dos bombas de tiempo creadas por Trump.
La primera es la renegociación del NAFTA: esta semana se abre en Montreal una nueva ronda de discusiones entre EE.UU., México y Canadá que puede ser crucial para salvar el tratado comercial o llevar a que Trump acabe con él y estremezca el comercio regional.
"Lo más grave que ocurrió en América Latina fue el cambio de posición de Trump en relación al NAFTA, debido a México", sostiene Rubens Barbosa, un exembajador brasileño en Washington.
La segunda bomba de tiempo es la posibilidad de que el gobierno de EE.UU. comience a deportar a cientos de miles de inmigrantes latinos que perdieron amparo legal en los últimos meses, cuyo futuro depende de que se alcance un pacto político en Washington.
"Puede ser peor", advierte Shifter sobre el deterioro de la relación de EE.UU. con América Latina, "es posible que no hayamos visto el punto más bajo todavía".
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