Escuchándola, en la tarde del 9 de octubre de 1967, Lijia Morón supo de la muerte de Ernesto Guevara.
Está en la misma esquina de su casa, en los altos de Vallegrande, la pequeña ciudad al sureste de
Bolivia en la que, hace 50 años, el Che fue exhibido después de ser ejecutado por el ejército de ese país.
Bolivia en la que, hace 50 años, el Che fue exhibido después de ser ejecutado por el ejército de ese país.
Morón jamás quiso abandonar su pueblo ni su hogar.
Ha perdido la audición y prefiere no mencionar su edad, pero relata con detalle y sonriendo cómo fue esa tarde en la que vio los restos del guerrillero argentino-cubano depositados sobre la lavandería del hospital.
Ese día hace medio siglo, poco después de apagar la Telefunken, Lijia escuchó por enésima vez a un helicóptero acercarse.
Solo que en esa oportunidad, en un camilla atada a los patines de aterrizaje de la nave, viajaban los restos todavía tibios de Guevara.
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Los reportes de periódicos bolivianos de la época señalan que después de eso fue trasladado en un vehículo hasta el hospital Señor de Malta, donde se tomaron las imágenes del Che muerto que dieron la vuelta al mundo.
Morón recuerda bien ese momento, cuando militares bolivianos y agentes de la CIA se apretaban para aparecer en esas fotografías que para ellos eran auténticos trofeos de guerra.
"He sido la primera que ha ido a la lavandería. La gente entraba tapándose la nariz, pero no olía a nada. Llegaron los soldaditos y le alzaban de su cabello para tomarle fotos. Yo les dije: 'Por favor, hasta en muerto lo martirizan. No pues así'".
Medio siglo pasó de ese episodio que Ligia Morón relata desde la sala de su casa.
BBC Mundo fue a visitarla y también estuvo en el lugar en el que se exhibió al guerrillero caído con el objetivo de reconstruir esas horas en las que Guevara era expuesto al mundo y a un pueblo atónito que acudió presuroso a contemplar el cuerpo del guerrillero caído.
Para conocer algo más de ese extraño ritual que se vivió en el hospital de Vallegrande entre el 9 y 10 de octubre.
El velorio
Guevara se encontraba recostado, con los ojos abiertos y su extremidad superior derecha colgando por fuera de la lavandería.
"Los soldados pasaban y lo empujaban, nadie le acomodaba el brazo", recuerda Doris Lacio, una profesora vallegrandina que también acudió al hospital y se acercó al cadáver.
El cuerpo del Che fue depositado en el lugar con una maltrecha camilla y allí mismo se le practicó una improvisada autopsia frente a todos, fotógrafos, militares y vecinos.
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La mujer, que ahora es jubilada, añade que los soldados movían los restos del Che "como un costal de papas".
Mientras eso sucedía, los vallegrandinos se trasladaban como podían hasta el centro médico donde exhibían al argentino-cubano.
El Diario, un periódico boliviano, publicó en aquel entonces que la pequeña ciudad vivió "momentos de conmoción" por el traslado de los restos y resaltó el numeroso "movimiento de pobladores" hacia el hospital esa tarde de octubre.
Era el fin de la campaña guerrillera con la que el Che pretendía expandir el fuego de la revolución socialista en Sudamérica.
En el Señor de Malta también se encontraban algunos militares bolivianos que fanfarroneaban de la derrota definitiva infligida al famoso comandante, quien apenas unos años antes había ingresado victorioso a La Habana al lado de Fidel Castro.
La profesora Lacio recuerda que uno de los coroneles más agresivos invitaba a pasar a los pobladores gritando: "Vengan, pasen a ver a los chanchos muertos".
El cuerpo del argentino-cubano no era el único que se encontraba allí en ese momento, pero era el que concentraba toda la atención.
Entre los gritos de soldados y el ruido de las cámaras de la prensa mundial, los vallegrandinos hicieron una fila para pasar cerca del cuerpo de Ernesto Guevara.
Solo se podía pasar una vez y luego había que abandonar el lugar.
Así, sin una sola vela ni arreglo floral, y ningún doliente que reciba el abrazo, se produjo el velorio del Che.
Vallegrande 1967
La presencia de Guevara cambió todo en la imperturbable Vallegrande de la década del 60.
Los vallegrandinos que vivieron en esa época recuerdan que ni siquiera caminar por la plaza principal era lo mismo en los días de la guerrilla.
Toque de queda en las noches, el cuartel militar de la zona convertido en un centro de operaciones antisubversivas, un helicóptero que iba y venía, periodistas de varias partes del mundo, ruido de disparos y soldados por todas partes.
Ellos coinciden en que el asombro era generalizado. Era demasiado movimiento para un pueblo que en ese entonces tenía menos de 8.000 personas, carecía de energía eléctrica y cocinaba en hornos de barro.
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